Suzuki Vitara B29 «El Bombardero Volante»
La Coronel Tapiocca CUP-180, junto al Dakar y al Camel Trophy, han sido las pruebas de referencia en mi vida periodística.
La primera representa la aventura, la segunda la competición y la tercera la dificultad. Realmente las tres han desaparecido, la primera creo que murió de su propio éxito, aunque es una opinión muy personal que algún día ampliaré en este blog, la segunda murió el día que dejó África, su verdadera casa, y la tercera el día que la publicidad descubrió que un chaval deportista, rubio y que monta en bicicleta, vendía más que un hombre rudo del campo que en la vida vestiría con un polito de color rosa , y todo esto al mismo tiempo que la sociedad se daba cuenta de que el tabaco mataba. Pero en fin, todo tiene su época y su momento, y como aquel dijo: “Que nos quiten lo bailao”.
Tuve la suerte, perdón, la inmensa suerte, de poder realizar el seguimiento de la Coronel Tapiocca CUP-180 en varias ediciones, el mero hecho de hacer el seguimiento ya era una aventura, imaginaros participar en ella.
En una ocasión fuimos con un flamante Suzuki Vitara de prensa, de esos que nos dejan a los periodistas para realizar los reportajes, por supuesto completamente de serie, y, con un detalle en el que no reparamos hasta que estábamos en faena: funcionaba con gasolina sin plomo, un bien escaso en tierras marroquíes a principio de los 90.
La última gasolinera que tenía el preciado elemento estaba en Tiznit, y nuestro recorrido nos llevaba hasta Playa Blanca, Sidi Ifni, Tata… La única opción que teníamos para volver con el catalizador intacto, algo que sin duda nos agradecerían enormemente los señores de Santana Motor, empresa ya desaparecida, y responsables de la cesión del vehículo, era comprar garrafas de plástico, lo cual fuimos haciendo por los mercados que nos encontramos por el camino, llenarlas de gasolina “sans plomb” como por allí le decían, repartir el equipaje entre los demás participantes y rezar para que con el calor y los saltos no tuviéramos un buen “susto”.
Cuando llegábamos al campamento nadie quería acampar al lado del B-29 como nos llamaban, en alusión a aquel bombardero americano de la Segunda Guerra Mundial.
Todavía recuerdo que con el calor, que en algunos momentos pasó de los 45 grados, las garrafas se deformaban, y teníamos que parar para quitar el tapón para que salieran los gases y recuperasen su forma original.
Al final el vehículo volvió intacto, y queda la anécdota para contar, eso sí, todavía tengo metido el olor a combustible que nos duró hasta la vuelta a España. Sin duda, gajes del oficio.
Lo que más mereció la pena, pues, el estupendo reportaje que publicamos en la Revista Local 4×4.